Saturday, August 20, 2005

La serenidad del Limbo

Se despertó repentinamente. Allí estaba. Solo. Como si alguien o algo lo hubiese dejado ahí. No distinguía otra cosa que el color blanco. Todo era blanco, blanquísimo. No había nada, absolutamente. No podía ver su cuerpo. Era como una filmadora, como un par de ojos que no pueden ver ni los bordes de la nariz ni algunas adyacencias de la cara. Definitivamente carecía de cuerpo, solo veía blanco. De pronto se vió venir, de frente, caminando como en cámara lenta y con un estilo único, girando la cabeza levemente y volviéndola hacia algún lado, parpadeando suavemente. Su cara y aún su cuerpo caminante le dirigían la mirada casi fija. Lo único que alteraba el eterno color blanco era su cabello rubio. Toda su vestimenta era blanca. Una camisa de seda blanca, un pantalón fino blanco, zapatos blancos.
No había ni suelo ni cielo. Su cuerpo cada vez se aproximaba más, hasta que llegó al lugar desde donde él se veía y de pronto tuvo control de sí mismo, de sus brazos y sus piernas. Al fin pudo sentirse, y seguir caminando eternamente al encuentro de la nada, que acaso ya la tenía y no se daba cuenta.

La panadería

Todos los días voy a la panadería a comprar algo para la merienda. Es como un ritual. La panadera es siempre la misma, alta, robusta y casi obesa, con una mancha violeta en su cara que día a día parece agrandarse más.
Ayer ha sucedido lo increíble: luego de pagarle por las cuatro facturas, dijo "chau, gracias", y como una cosa sobrenatural convertida en una especie de energía, mas fina que la lluvia y arqueándose, dejando que todos sus colores se mezclen, se metió adentro de una torta frita y se quedó ahí.

Saturday, August 06, 2005

Sueños circunferenciales de un arrabal

Algo me hizo recordar un sueño que he tenido: el despertar a una agobiante realidad.Falud Fraqfastin habría soñado con el occidente, casi con la tradición, casi con lo que puede parecer un carnaval o una fiesta de verano, casi con un arrabal ; un poco más al noreste de la provincia de Misiones.Resulta extraño saber que ocurrió al sur del Brasil, y no en la Pampa.Falud Fraqfastin parecía agobiado y atormentado. Había soñado con algo que sospechaba que no existía, pero de hecho se equivocaba. Estaba confundido, quizás porque el espacio geográfico soñado no sería conocido por él.En sus sueños, aparece el inquilinato, los jóvenes divirtiéndose en una tarde calurosa, una anciana -dueña del inquilinato- y una siesta de un personaje apócrifo -¿Dalhmann, Acevedo, Ureña?-. La habitación donde se hospedaba la humana materialización apócrifa de un alma tenía una ventana con cortinas transparentes que daba a una llanura semidesierta -pero no menos agradable-.Resulta imposible de creer -aunque no se sepa la causa de ese escepticismo- que había un par de rieles o vías ferroviarias por donde paraba un tren por día.Falud pensó que así como no se sabía hacia donde se dirigía el tren, menos se sabría acerca del destino o la procedencia de los apócrifos habitantes de un sueño fantasma. Entonces, se dispuso a averiguarlo, no sin menos desesperanza que un condenado a muerte.De alguna manera, el soñador, llegó al Brasil. Pensó que su grosera desorientación lo ayudaría a ubicar el lugar, ya que el azar demuestra más variedad que el preciso conocimiento; y por lo tanto ir al azar y sin rumbo a algún lugar lo ayudaría a encontrar el lugar soñado. Pero había un problema. Recién comenzaba el mes de septiembre, y aún faltarían meses para el soñado carnaval.El soñador anhela sin causas la llegada de la noche y se hospeda en una humilde hostería.Se queda dormido en la cama de la habitación. Tiene un sueño: la geografía de su país es completamente distinta y no guarda relación siquiera su ciudad de residencia con su sueño.El Brasil soñado ulteriormente combinado con el sueño que Falud tiene en la hostería, son el Paraíso, por eso muere y encuentra la dichosa utopía.Por eso, son objeto de mi sueño, y su otro sueño -el complemento de su muerte-.Hay cuatro sueños. Dos de ellos encerrados en la mente de Falud -mi sueño, el más real que tuve- es el sueño de mi muerte. La muerte que encerrará finitos pero cuantiosos sueños, hasta que el círculo se cierre y sueñe conmigo, que sueñe ser otro; y mis sueños y la perdida memoria desgastarán y modificarán mi persona.Por eso naceré nuevamente, teniendo la edad a la cuál morí y siendo otro pero casi el mismo, teniendo en mi infinita cadena de vidas un solo objetivo inútil: encontrar el arrabal, que en todas las vidas y en los primeros sueños de los comienzos de cada una se repite inmutable.Tengo la tediosa capacidad de recordar mediante sueños, vidas anteriores.

Tuesday, August 02, 2005

Queso de los Curas

En el año 1922 la capellanía del RI 7 del Ejercito Argentino sito en Junín, estaba compuesta por seis sacerdotes, dos de los cuales eran Franciscanos, dos presbíteros diocesanos y dos salesianos. La servidumbre de los mismos que se extendió en promedio por treinta años (cabe aclarar que poseían distinta antigüedad), había hecho que los caracteres y la disciplina propia del ámbito castrense de los mismos se fuera desgastando, gradualmente, con los años. Los franciscanos vestían casi siempre su casulla marrón y sandalias franciscanas, como les es propio. Rara vez, en alguna ceremonia o acto militar vestían uniforme. El resto de los sacerdotes solían vestir el uniforme de diario, con camisa y el cuello que los distingue y las jinetas en los hombros. Todos los padres poseían el grado de Teniente Coronel, salvo un salesiano que era Capitán.
Cabe mencionar que aquella unidad militar era particularmente tranquila, el personal que la componía vivía en total armonía, la convivencia era plena, el clima agradable y se percibían allí adentro factores que hacen a la cultura criolla, de campo, un tanto gauchesca, pero nunca ostentosa. Los miembros de aquella milicia se sentían hondamente argentinos y estaban orgullosos de ello.
En cuanto a los curas, se puede decir que sus vidas eran estrictamente rutinarias, y se reducían al ejercicio de oraciones, era clave en ellos recitar el Rosario todas las mañanas, alrededor de las 05:00. Luego, cuando se les antojaba, para hacer alarde de un leve anacronismo concurrían a la formación como a las 07:00 de la mañana. Entonces, luego de la misma desayunaban abundantes e ingentes cantidades de mate cocido, pan casero, manteca salada, queso y algún fiambre o factura embutida como chorizo seco de campo o bondiola, de elaboración propia. Claro está que hacían lo mismo los días que no se presentaban en la formación de la mañana, en tal caso comían después de dedicarse a la quinta que poseían a escasos metros de la unidad, en un casco de estancia que obtuvieron por maniobras sospechosas, casi fraudulentas, administrando políticas y algún que otro estatuto en el obispado. La quinta constaba de un pequeño criadero de chanchos quimileros, gallinas y otras aves de corral, hortalizas, verduras de hojas y un galpón donde elaboraban los fiambres.
El resto del día lo dedicaban también a la quinta, a dormir la siesta y a tareas administrativas que interesan a la organización del clero castrense. Los miércoles a las 18:30 había misa obligatoria para todos los soldados y suboficiales de la unidad. También la había todos los domingos, a las 08:00.
En sus ratos libres deliberaban sobre cuestiones bíblicas y filosóficas, algunos eran platónicos y otros aristotélicos, pero todos simpatizaban con la filosofía escolástica, con San Agustín de Hipona y con Santo Tomás de Aquino. De vez en cuando leían algún fragmento de alguna poesía clásica.
En noviembre de 1924 algo espantoso irrumpió la habitual tranquilidad de la unidad.
A continuación se adjunta la declaración indagatoria de uno de los sacerdotes imputado por Homicidio agravado.
“En la ciudad de La Plata, a los 15 días del mes de diciembre de mil novecientos veinticuatro, el señor juez en primera instancia en lo criminal, doctor Nicanor Rivera Márquez, acompañado de mi el infrascripto secretario de Actas, se constituyó en la Sala Central de la Cámara del Crímen nº 4 a los efectos de tomarle declaración indagatoria como imputado en la causa “s/dcia. Homicidio agravado Jorgelino Santos Casinni”, el que previo el juramento a decir la verdad de todo lo que supiere y le fuere preguntado fue al tenor lo siguiente”:
—El padre Santos Casinni era Teniente Coronel. Ya se estaba por retirar. En esos días había venido a la unidad un contingente de religiosos, algunos colegas, otros no. Se acercaron por un retiro espiritual.
Su filosofía no concordaba con la nuestra y cada vez era más empirista. Sus ideales sinceramente, nos molestaban a todos los sacerdotes de la unidad.
En la tarde de no se qué día la onda expansiva de los ejercicios de tiro lo dejaron sordo, y no solo eso, eh... , sino que la sordera sobrevino a un período de convalecencia, de dolor, de perforación de los tímpanos. El Teniente Primero Dr. Ragido dijo que tenía que guardar reposo. Desde entonces él y sobre todo yo que soy enfermero profesional además de sacerdote, nos hemos sometido a metódicas servidumbres, yo como el hombre que realiza las curaciones y lo atiende y él como paciente. ¿Me cree señor juez si le digo que no ha hecho otra cosa que rompernos las pelotas por demás de la cuenta y que ha exagerando su dolor a pesar de los analgésicos?, usted se somete a servidumbres pero dentro del juzgado, doctor. ¿Acaso lo hace usted por un interés personal? Usted es un burócrata barato. En realidad eso no debería interesarme. Sé que debo continuar con la declaración. Porque aunque usted este acá para hacer ejercicio de la corrupción en sus horas libres, como quien gana dinero por las horas extras; reconozco yo, que igualmente estoy ante la justicia y que debo declarar.
Y quiero continuar diciendo que no voy a negar que fuí negligente y que no soy menos culpable por la muerte del padre, pero soy sacerdote, y cumplo y hago cumplir la voluntad de Dios. Y solo el sabe –como es de costumbre afirmar- si lo que necesitaba el ahora difunto era estar más cerca de él. ¿No dice el Padrenuestro :”hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo”?, yo no soy egoísta y además he seguido toda mi vida el camino de la abnegación en todo sentido. Aunque resulte fuerte, voy a decirlo. Creo que a impulso del sentido de mi deber he mandado a ese pobre hombre al cielo, al paraíso, al limbo o al infierno. Dios dirá. No por mi voluntad, ya le dije. “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”.
Pero creo que a usted lo que ahora le interesa es que yo confirme la veracidad de lo que andan diciendo por´ái, los que usted llamó como testigos. Y voy a ir a lo concreto.
Verá: yo soy hipertenso, y así lo afirma el examen al que me sometió el cuerpo médico forense de esta dependencia judicial. Una noche, inmerso yo, como siempre, en la servidumbre fui a colocarle la habitual inyección de sulfamídicos al enfermo ese. No me sentía bien. Me dolía la nuca y el estupor que me asalta en cada episodio agudo de mi enfermedad disminuía mi lucidez. No me acuerdo si le tocaba en ese momento recibir 5 o 15 ml. A eso súmele mi distracción y mi malestar. No estaba en condiciones de atender a nadie aunque sea yo el más indicado, profesionalmente. Pero pobre hombre eh... La verdad es que ciego a las culpas el destino y yo hemos sido despiadados. Pero quizá al Señor no le importó que no midiera bien la dosis, y que a mi sinceramente tampoco me importara. Se tenía que ir, doctor. Se tenía que ir. Por eso pasó lo que pasó.
Se murió a las 02:39 de la mañana, luego de una fase tóxica y de delirio. El médico de guardia de la unidad no disponía de un antídoto. Y como el medicamento no fue administrado por vía oral, sino intravenosa, imagínese.
A propósito... ¿Probó usted, doctor, alguna vez el queso que hacemos nosotros? Lo tiene que probar. Es exquisito. Realmente. Y yo tengo un muy buen paladar, al igual que para los vinos. Al otro día del desafortunado fallecimiento de nuestro querido padre Casinni, me dispuse a carnear un chancho para hacer facturas. Como para matar la desazón, ¿vió?
Y..., bueno...
-¿Bueno qué, padre?; ¿bueno qué?, el cadáver no está como naturalmente debería estar-dijo el magistrado mirándolo con el seño fruncido y la cabeza inclinada hacia la izquierda, levantándola hacia arriba y cerrando casi por completo el ojo izquierdo, que no dejaba de entrever al sacerdote y que parecía inquirir rigurosamente qué habría sucedido con el cadáver-.
Estas son las últimas líneas de la declaración. El sacerdote pidió un breve receso por una extraña molestia estomacal y dolor de pecho. Pronto, y luego de los diez minutos de descanso que había solicitado, el juez notó en sus ojos más sangre de la que habitual y normalmente tiene cualquier ser humano. Le preguntó, entonces, si se sentía bien. Pero a sorpresa del magistrado y el secretario, éste respondió que el dolor era cada vez más intenso.
Esa noche, un coche de plaza lo dejó en el hospital. Lo internaron por una dolencia cardiaca, y, aunque no parecía muy grave y los médicos lo creían sano en unos días, a la mañana siguiente se quejó de vuelta y la enfermera que le fue a dar la inyección a la tarde lo encontró muerto.
A veces, con el peón de la estancia en cuyo casco está ubicada la quinta de los curas, mateamos hasta el atardecer, o antes de la formación, cuando en el oriente ya clarea. Una de esas veces me confesó algo, que al principio no creí, quién sabe por qué. Un día, 2 o 3 meses después de la muerte del padre Casinni, el hombre que cuidaba del casco se sintió cansado, al atardecer. Recordó que en el galpón donde los curas hacían los fiambres y realizaban otras tareas con herramientas, habían sobrado por alguna razón unos diez fardos de alfalfa y pastos secos. Resolvió dormir un rato allí.
Se despertó con frío, afuera ya casi estaba oscuro y había dormido más de lo previsto.
Se percató de la presencia de un sacerdote, ¿o de una sombra? En todo caso, si era una sombra, tenía la voz del difunto reverendo P. Tcnel. D. Cilas (el negligente enfermero de Casinni); y decía así:
— Ya probarán mi nuevo estilo de queso con chicharrón..., les va a encantar… Luego de esto comenzó a salir de sus labios un claro silbido de algún tango.
El peón se dijo que no estaba asustado, pero sin embargo no dejó de llamarle la atención el ruido de un cuchillo cortando carne, en algún lugar del gran taller.
Segundos después, el miedo casi nulo del principio pareció ir aumentando a medida que caían en el tacho de la cuajada del queso, groseros tamaños de lo que parecía ser hígado, que iban brotando a unos 70 centímetros del borde del recipiente, como si alguien invisible los tirara, o por lo menos, como si una sombra los tirara.
La autopsia del P. Casinni revela que hay anormalidades en su abdomen. Raras cicatrices hechas inmediatamente después de la muerte; y formas que alteran el normal aspecto de un hombre sano. Las cicatrices parecían quirúrgicas y las había hecho alguien que sabía del tema.
Contradiciendo la doctrina cristiana, al difunto padre lo cremaron.
Nadie iría a prisión. El único acusado ya estaba muerto, y el queso elaborado después de la muerte de Casinni, el queso de los curas..., ya se lo habían comido los de Intendencia.

Comodoro Rivadavia, 2004

El paciente raro

_Me duele acá-dijo el hombre señalando el abdomen superior al médico que lo atendió de urgencia-.
_¿Cuando empezó el dolor?
_A las dos de la mañana, y ya son las cinco y no aguanto mas.
_¿Qué comió?
_A las nueve de la noche tome un caldo de verduras.
_¿ Entonces usted tiene hambre?
_No. Me duele mucho.
_¿ Náuseas?
_No.
_No.
_¿Diarrea?
_No, tampoco fiebre. Me duele mucho.
_¿Dolor de espalda?
_No.
_¿Exceso de saliva, sialorrea?
_No.
_¿Sudoración?
_Si.
Recuéstese en la camilla.
_Si.
El médico le toca el abdomen a la altura del colon sigmoideo:_Duele ahí?
_No.
_¿Es sordo el dolor?
_No.
El médico le toca el estómago.
_Duele ahí?
_Si, mucho.
El doctor lo sienta en la camilla y le apoya el estetoscopio en la espalda. Se asombra.
Luego sobre el corazón. El médico cierra los ojos y baja la cabeza.
_Retírese del consultorio.
_No me gusta perder el tiempo con gente muerta.
El profesional le abre la puerta._Adiós, gracias por atenderme-dijo el hombre ojeroso, con una sonrisa tenue en los labios, ya afuera del consultorio y cerrando la puerta.