Sunday, December 03, 2006

Otra realidad de la naturaleza I

En el Chaco litoraleño, hay esteros importantes, donde brota el agua de una tonalidad ocaso, pues la sombra otoñal de un caluroso abril aún persiste.
Los animales afloran y danzan al ritmo de los cayaquistas desesperados.
Las plantas son diversas, floridas y rústicas. Persiste en ellas un perfume de la región.
Los habitantes, abocados a la industria del corcho, tocan la flauta mientras un águila sobrevuela grandes pantanos, donde la sombra otoñal reververa en Iberá...
Cuando el río canta su amistad, los viajeros turistas chapotean jugando, y analógicamente imitan la música de un piano y una flauta dulce con sus cuerpos.
Un caimán se regocija, sonríe y disfruta de la plenitud de la vida. Entonces Dios se apiada de él y lo nombra Intendente de Resistencia. El caimán ha progresado, y otorgado a sus amigos de la selva, bienes que reclamaban en la municipalidad desde el año 84. Ahora el caimán y sus amigos rien y disfrutan en sus tiempos libres bajo el eterno sol sombreado de un Iberá distinto, guitarreado, y pacíficamente enraizado en el paisaje nacional.
El sol de otoño es ahora de verano, y los animales alcanzan el cielo y la gloria junto a la flora.

Quisle Guzmán

En el año 92, los Quisle Guzmán habían logrado comprar, luego de ganar un juicio, una ambulancia vieja que se ofertaba en una licitación del gobierno de la provincia.
Enrique Quisle Guzmán era sumamente puntilloso a la hora de arreglar y reacondicionar vehículos de alta complejidad. Es por eso que aprovechó el día en que el ministro de salud pública había sufrido un accidente cerebro vascular y sus capacidades intelectuales habían mermado, para hacerle firmar un permiso que habilitara su ambulancia deportiva. La ambulancia tenía los espirales recortados y casi tocaba el piso, las balizas eran de todos los colores del arco iris, tenía llantas de manganeso y cuatro palanganas de vaquelita que giraban a los lados emitiendo música a todo volumen.
El propósito secundario del dueño de la ambulancia, era utilizarla para realizar en su interior transplantes de hígado y riñón a todos los vecinos que lo requieran, a un precio asombroso. Incluso el señor Quisle aceptaba tickets para compra de alimentos! Pero la ilusión se terminó casi por completo cuando un día, el laboratorio de citopatología de la ambulancia dejó de contar con el patólogo de turno, un eviscerador retirado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Corrientes, pues recibió una tentadora oferta de trabajo en una cadena de carnicerías.
Por esta lamentable pérdida profesional, ya no se podían diagnosticar células enfermas si las había, por lo tanto el análisis en órganos sanos y enfermos no era posible, y contratar un médico o un idóneo les parecía carísimo. Imposible de solventar.
El problema real se presentó cuando a pesar de no tener patólogo, se seguían realizando las intervenciones quirúrgicas que eran dirigidas por una señora mayor que fue auxiliar de enfermería muchos años en el hospital Churruca. Los cirujanos eran jóvenes con ganas de aprender y superarse, sin experiencia laboral ni capacitación alguna, generalmente recomendados.
La ambulancia estaba desvirtuada y desprestigiada, pues un día un transplantado reciente se quejó de que había orinado una piedra enorme. Puros oxalatos. Dios mío! El hígado era nuevo, pero al costo de que exista una litiasis renal maliciosa y progresiva.
Así igual, con una pobre vieja que se hizo una dentadura nueva cuando todavía en la ambulancia había consultorio de odontología que dirigía un ex estudiante de mecánica dental de primer año (pues era lo mejorcito que pudieron encontrar). Lamentablemente el implante de la nueva dentadura resultó letal, de una forma amargamente inusitada, pues la vieja comenzó a desarrollar tumores malignos en las terminaciones de los filetes nerviosos del sistema nervioso periférico.
Incluso, a un conocido futbolista a quien sanaron de un grave desgarro, le inocularon agentes piretógenos y tóxicos para la próstata (las jeringas no estaban lavadas con detergente). Tras una galopante inflamación, ahora el Tátaro Fermuck de tan solo 19 años se queja de dolores frecuentes al sentarse, acostarse y pararse. Desde entonces debe vivir arrodillado, como implorando piedad a todos los transeúntes de la ciudad, incluso a los Quisle Guzmán, que remontaron la empresa y ahora son monopolio.
Que triste es la vida, y la muerte, para un condenado a la muerte.