Saturday, June 17, 2006

Personajes de la vida policial, parte I

Yardena era una chica excepcional, su rostro denotaba, justamente, su constitución que por cierto la hacía atractiva. Tenía rasgos delicados pero no débiles, que cubrían ese espíritu inteligente y vivaz.
Frente a su casa, vivía el sargento ayudante Vélez, de la Policía Bonaerense. Precisamente, era todo lo contrario a Yardena. Vélez era guarango, escuálido, escupía ruidosamente en la calle, de barba profusa gris y fumaba 70 cigarrillos particulares por día. Era histérico y de carácter rudo, le gustaba confrontar y lo hacía bien cuando frecuentaba las villas de civil, en busca de pruebas que incriminaran a los pobladores de los barrios en delitos como tenencia y venta de estupefacientes, robos, violaciones y homicidios. Era el jefe de personal de la DDI de Quilmes.
Cuando Yardena y Vélez se cruzaban, se saludaban con un “que tal” y un “que haces piba”, de Vélez, siempre frío.
Yardena era farmacéutica, se había recibido recientemente y trabajaba en la botica de un viejo alquimista, con vicios de farmacéutico, o bien un farmacéutico que había nacido tarde para aprender el arte de la alquimia.
Aquella tarde calurosa y agobiante de noviembre, Vélez había participado de un operativo, y contra todos los pronósticos, había recibido un planazo en el pecho. Contra todos los pronósticos –también, pero no de quienes lo conocen- se negó a recibir atención médica, cualquiera que fuere. Sus compañeros se enfurecieron cuando Vélez ahuyentó mediante disparos al aire a los médicos del SAME, difamando el sistema de salud. No paraba de gritar, estaba iracundo e irritable, y no paraba de gritar:
_Mi abuelo en Misiones se curaba siempre con Ayahuasca, mierda!, y ustedes me quieren venir a hechizar con polvitos de mierda!, putos! Este hecho desgraciado, le costó un mes de suspensión, pero no se lamentó.
Llegando la medianoche, se odió. La fiebre no le permitió terminar siquiera el tercer paquete de particulares. Entonces, se preocupó. Verificó, en aquel vespertino cargado de desdichas, como lo son todos los diarios de la era contemporánea argentina (o posmodernista), las farmacias de turno de ese febril jueves. Al lado del recuadro de la larga lista de farmacias, se encontraba en primera plana la foto a color del Sargento Ayudante Vélez, con una escopeta en la mano derecha, sudoroso y cabizbajo. Cuando la vio, un escalofrío recorrió su cuerpo. Se asombraba, por primera vez, que un hombre de alma insustancial como él se conmoviera al ver su foto. Un retrato perfecto del caos y de la lucha de clases en la argentina. Una guerra, con dos frentes y dos hinchadas. Por un lado, la policía. La policía, pobre como los pobres, luchando contra malhechores, casi de su misma clase. Su hinchada: la gente honesta, trabajadora con sed de justicia y venganza. Por otro, los villeros que atribuyen maldad y despotrican con la policía que boicotea su insana forma de vivir.
Vélez, cuando vio su retrato, se creyó un desdichado. Pero no hubiese sentido esto, si en el operativo no lo hubiesen herido. Atónito, no salía de su asombro y su pensar. Un crujido lo despabiló y resolvió ir a la farmacia que quedaba a unas cuadras de su casa.
Cuando la voz de Yardena lo sorprendió, ya había pasado alrededor de un minuto y el hombre ya se impacientaba.
_Buenas noches, como le va?
_Como te va, querida, me parece que no tan bien como a vos.
_Esta pálido…, que le pasó?
_Nada, un puntazo nada más…
_Pero…, tendría que…
_Si!-interrumpió quejoso, Vélez- ya se que tengo que ver un médico. Hoy los saque cagando. Manga de putos. Se me desangraron 2 de mis hombres hace un par de años, la ambulancia llegó a la media hora y ya estaban como dos milanesas fritas de cuadrada mal cocidas, sangrando, duros y fríos.
Yardena tragaba saliva y agachaba la cabeza.
_ Tenés algo para bajar…? La fiebre digo…
_Disculpame…, Yardena era tu nombre?
_Si.
_Yardena…, no te quiero molestar, perdoname por lo que te dije recién, no…
_No hay problema –murmuró la joven con una especie de sensualidad perspicaz-
_Te traigo ibuprofeno 600, lo vas a necesitar, uno cada 6 horas si no querés ir al médico. Pero si no mejoras en 3 días…
_Ya voy a mejorar. No te preocupes.
_Y que le hace pensar que me preocupo por usted?-otra vez, la joven volvía a hacer encubiertas insinuaciones a Vélez, gesticulando y haciendo morisquetas, irónica-. Vélez rió, pero la tos lo interrumpió y se puso más pálido que nunca.

Cuando volvió de su casa, el policía no hizo caso a las indicaciones de Yardena, y tomó dos comprimidos juntos. En un principio el sufrimiento se alivió, pero empezó a pensar –ya tendido en la cama, todavía con el rompevientos azul de la DDI, ensangrentado- en las circunstancias variantes y el clima tenso de ese día. Recordó cuando lo apuñalaron, cuando hirió a dos, cuando tomaban una cerveza en el Duna azul con vidrios polarizados al volver de la villa y las insinuaciones de Yardena (que no era la primera vez que sucedían, sino la primera vez que Vélez realmente podía prestarle atención y darle algún significado). Todos esos pensamientos se conjugaban con las sensaciones que estos dejaban, y hacían un cóctel semi agradable, un cóctel en el que había pedazos de frutas aún flotando. Una bebida agridulce con tajadas de vida de ese día que se desvanecía con la noche.
Por fin, entre imágenes bizarras, teñidas de detalles grotescos y animados pudo conciliar el sueño.
Alguien, a las 8 de la mañana golpeaba con énfasis y rudeza la puerta de su domicilio. Vélez despierta soñoliento y corre (todavía vestido y con el rompevientos) hacia la puerta. Al abrirla, del otro lado, aparece reluciente, como nunca pero muy asustada, Yardena. Entre ahogos, alcanzó a decirle a Vélez que habían dos muchachos intentando entrar en su casa, por la parte trasera. Vélez buscó el arma reglamentaria y salió corriendo como pudo (estaba convaleciente) hacia la casa de enfrente. Logró avistar ( o predecir) que estarían del otro lado de la casa. Corrió hasta allí. Efectivamente, dos hombres salían corriendo y disparando contra Vélez, quien efectuó 2 disparos, logrando herir de muerte a uno. El sargento se queda sin balas. Desesperación. Sudor. Miedo. El otro joven advierte que su compañero fue abatido. Corre hacia Vélez apuntándolo.
Desde la calle de enfrente, Solís, el chofer de un patrullero del distrito Lomas de Zamora ve movimientos raros. Cuando se baja y corre hacia el lugar, ve la inminente muerte de Vélez, al que en un principio, no reconoció como policía. Cuando el joven policía da la voz de alto, el reo no logra resolver nada al instante, y Vélez comienza a golpearlo brutalmente. Tanto, que se necesitaron 5 policías para separar a Vélez –con 40º de temperatura corporal-, quien ahora contaba con 2 faltas graves. Este hecho (a pesar de ser heroico) retardaría su acenso a principal.
A las tres de la tarde, el policía se encontraba en el despacho del jefe de la DDI.
_Vélez, escuchame un segundito lo que te voy a decir: ¿qué carajo te pasa?, estas violento, viejo, estás raro…, no se que mierda te pasa, pero te voy a tener que mandar con la psicóloga de la jefatura, y que resuelva ella. A mi me parece que vos estás cansado. Te voy a mandar a pedir el cambio de escalafón.
_Eh! –interrumpió Vélez-, estás loco, hijo de puta! Estás enfermo!, yo me quiero quedar acá, esto es lo mío!
_Una puteada mas…, una sola puteada más y perdés hasta la ropa, te paso a disponibilidad, comprendido?!!!!
_Fir…mé! Escúcheme lo que le voy a decir, pedazo de negro de mierda resentido!, usted va a ir ya mismo con la Comisario Cardozo, se va a ir a atender, y yo voy a hablar con ella para que la vea a la Subcomisario Varguez.
_Esa Varguez lo único que le hizo a mi sobrino cuando tenía la fobia era decirle que no se preocupe…
_Y usted se va a callar la boca, mierda! estoy hablando yo. Se queda tranquilo ahora. Usted es mi mejor hombre, y no lo quiero perder.

Vélez reconfortado, se regocijó que el Comisario Inspector Casa Lánguida lo haya halagado así. Y creyó, tal vez, que debía hacerle caso. Porque si no lo hacía, primero lo iban a sancionar. Y segundo, algún día, su linaje rebelde e indisciplinado haría que termine muerto. Y quizás la foto en aquel diario, de su imagen decadente, contribuyó a que se diera cuenta de una vez por todas, que era mortal.







Actualmente, Vélez continúa con psicoterapia una vez por semana, fue ascendido a Suboficial Mayor, y destinado al curso de aspirantes en La Matanza, como jefe de instructores. Tiene 53 años y le faltan 2 para retirarse. Aún continúa siendo un asador indiscutido y talentoso.

1 comment:

La Fotocosa said...

oink!! maite.