Wednesday, November 09, 2005

Al Agente Héctor Rincón

Me parece pertinente dejar escrito un hecho atroz que de vez en cuando recuerdo, como quien ve en la memoria del universo, el llamado inescrutable y eminente a la reminiscencia, al acto de recordar quizá por voluntad de esta memoria universal (que tiene vida propia). Es bueno poder carecer de ilustraciones barrocas excesivas cuando se trata de un suceso así, porque moralmente, por alguna cuestión solemos guardar respeto.
El hombre del que alguna vez me hablaron tenía de apellido Rincón, y había entrado recientemente a la Policía Federal. El lugar: la provincia de Buenos Aires.
No tardó en contarle su mujer (con la cual estaba por casarse), que había un sujeto que la injuriaba y molestaba constantemente en el barrio, con insinuaciones groseras. Por impulso de la hombría de bien, de buen policía y de resguardar la integridad de ella, se dispuso esa tarde, a hacerle una visita al desdichado de cuyo nombre, ahora no quiero acordarme. Le pidió a ella que lo acompañara. Él, recién llegaba de trabajar y estaba de uniforme. Quizás pensó que así, las advertencias serían más temperamentales, y crearían algo de temor.
Tras fuertes intimidaciones y amenazas de tomar represalias, le advirtió, ya en la casa del “maleante”-como la escuché a mi tía una vez hablar así del sujeto- que no siguiera molestándola.
Rincón dio por terminada su tarea, cuando una sombra se dejó entrever por mi tía, que no alcanzó a avisar a tiempo que detrás de él venía el hombre con un machete. El primer golpe sobrevino, y cuando quiso sacar el arma reglamentaria lo terminó de matar.
Fue realmente atroz, para todos los que lo vivieron, y para mi cuando escuche el relato. Por alguna razón, la Policía Federal no puso su nombre entre los Caídos en cumplimiento del deber. En este caso, el deber de un hombre, como hombre, y como policía, que intentó resguardar la vida de los demás, y, con más razón, de la mujer que amaba. Sin embargo su nombre no aparece, y es posible que Dios o la Memoria del Universo me hayan encomendado la difícil tarea de escribir sobre este suceso.
El maleante murió en el Chaco tiempo después en un enfrentamiento con la policía. Si bien este hecho pretendía dar un tono de equilibrio o de justicia, y sirvió para que el hombre no siga matando e injuriando, todos sentimos indignación y un sabor amargo al recordar la muerte de Rincón.
Mi intención, que algunos juzgan inútil, es la de reivindicar la figura de Héctor y de que sea recordado por su acto de profunda valentía, cosa que la Policía Federal no pudo o no quiso hacer.
Héctor, “un gran tipo”, dijo mi padre.

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