Saturday, October 29, 2005

Iturralde

Jorge Iturralde trasnochaba en un bar donde había tragos y varias mesas de villar americano.
El desgano, la abulia y la incesante búsqueda existencial luego de sus treinta años dentro de la Policía del Chubut lo habían dejado vacío, junto con la muerte de su esposa.
Pasaba largas horas degustando alguna caña y fumando tabaco negro. La mirada perdida hacia algún rincón, la rigidez, el pelo corto y el bigote eran rasgos que no tardaban en denotar que se había convertido en un hombre solitario y que su vida, si no terminaba pronto o no tomaba un giro inesperado cambiando repentinamente, seguiría siendo la misma, los mismos días en el mismo lugar (que antes eran de comisaría), la misma bebida y la misma soledad.
Transcurría, entonces, inmutable, recordando su historia: en el mil novecientos sesenta y seis había ingresado por decisión de los padres (para paliar su rebeldía) en la Escuela de Cadetes, y en el 95 ya era Comisario Inspector. Pero lo inevitable algún día llegaría y en el 98 pasó a retiro. Desde entonces y tras la muerte de su esposa –en el 99- pasó los días buscando algo que no sabía que era –¿algún designio que el universo le tendría preparado?- y en el dos mil cuatro acabó por recibirse de abogado. Su intento trunco de estar al frente de un estudio jurídico –que no era lo mismo que ser un funcionario importante- lo había devastado.
Quizás era el mismo de siempre, pero gastado, avejentado, consumido, desganado y casi alcohólico (de hecho siempre había tenido problemas con el alcohol) pero él decía riendo que no tenía ningún problema con el alcohol, sino todo lo contrario.
La voz masculina de un sueño lo despertaba todas las madrugadas, desde hacía un año. Esa voz era indescifrable, pero él creía que alguien a quien no conocía le quería decir algo, o lo andaba buscando.
Al fin, una noche un hombre de aspecto similar al de él, con campera de cuero, botas y lentes clásicos oscuros apareció en el bar. Creyó que también ese hombre era o había sido policía, sintió cierta repulsión, porque en un instante lo había confundido con un suboficial de la Brigada de Investigaciones, a quien odiaba. Pero a medida en que el hombre se acercaba a la mesa donde Iturralde estaba sentado bebiendo, y el corazón se aceleraba, esa idea desapareció casi por completo; cuando el forastero con voz amable y a la vez intimidatoria –era quizás la misma voz del sueño- interrumpió aquel vacío de Iturralde:
_Buenas noches, comisario-mientras retiraba una silla de la mesa donde estaba sentado- lo estaba esperando…
Temeroso pero firme, y alzando la mirada Iturralde le dijo en un tono inentendible: _comisario inspector en situación de retiro.
_Espero no molestarlo señor comisario inspector, permiso-dijo mientras se sentaba del lado opuesto-
_Si, si, adelante-prosiguió Iturralde mientras terminaba en último sorbo de caña-de alguna manera yo también lo estaba esperando…
_Como anda la familia, Iturralde? –dijo el hombre con una sonrisa satírica-
_Preferiría que me diga quien carajo es usted, de una vez por todas, amigo-dijo Iturralde un poco molesto- aparte si me conoce debe saber que no tengo familia, sino en otros lugares.
_Así que también usted me esperaba?-dijo el forastero sorprendido- ah, por cierto, Muñoz, mucho gusto-dijo el hombre, con una semi sonrisa de cortesía-.
_Mire, es extraño, esto me confunde-dijo el comisario un tanto preocupado-, yo lo esperaba, esperaba a alguien, pero no se por qué. Supongo que de alguna manera usted sabe mejor a qué vino acá, y por qué yo lo esperaba.
_Tengo un negocio para hacer con usted.
_Negocio?, no me interesa… mire, Muñoz, o como se llame usted, vivo de la pensión generosa que recibo, así que si vino a desafiarme a un partido de pool dígamelo ahora, que con gusto lo voy a hacer perder –decía entre risas Iturralde-.
_Justamente, comisario, necesito que haga perder a alguien, que pierda a alguien.
_Tráigame un buen contrincante y con gusto jugare un buen partido.
_No, no, no se trata de eso –decía Muñoz girando la cabeza hacia ambos lados, cabizbajo-.
_Entonces que quiere, muchacho?
_Necesito que alguien salga perdiendo, o que pierda a alguien, mejor dicho…
_A ver si lo entiendo, joven, usted quiere que yo haga desaparecer a alguien –gradualmente la cara feliz y sonriente de Iturralde se fue convirtiendo en apesadumbrada, seria y con el seño fruncido-.
_Le vuelvo a repetir, Iturralde, que hay buena recompensa.
_Esto es absurdo, yo no se quien es usted, ni lo conozco, además… digo yo, por qué no liquida usted a ese alguien si tanto le…
_Lo tiene que hacer usted, Iturralde!-interrumpió Muñoz- le conviene, yo le digo que es por su bien.
Iturralde transpiraba y ya estaba nervioso.
_Mire, yo soy un hombre de bien, soy policía, hombre, no me joda, no quiero que…
La ausencia del hombre interrumpió a Iturralde, y cuando alzó la vista ya estaba abriendo la puerta y saliendo al exterior.
_Óigame! Carajo!, vuelva mierda!, quieto!, pero la putísima madre que lo re mil parió-se quejaba Iturralde resoplando-. Resolvió levantarse, se puso la campera y cuando se dirigía a la puerta lo detuvo el encargado y le dio un papel. Al salir a la calle lo leyó, no sin antes fijarse si Muñoz andaba por ahí cerca. El papel decía lo siguiente:
_No joda, comisario, hay buena paga, y si se niega lamentara lo que le quede de muerte en el infierno.
Iturralde se prometió así mismo que no estaba asustado, y que debía dar con ese hombre y detenerlo. Corrió hacia su auto. Después de desactivar la alarma, y tratando de que el viento y la tierra no le golpeen la cara, subió al auto de golpe. Algo lo había borrado por unos minutos. Cuando despertó, quiso arrancar el auto, pero no encontraba las llaves.
_Es esto lo que busca? –lo interrumpió el mismo hombre morocho del bar, ese tal Muñoz, mostrándole las lleves del auto-.
Iturralde atinó instintivamente con un movimiento rápido a sacar el arma que llevaba siempre en la cintura. Se amargó y dejó caer hacia atrás la cabeza, tras un largo suspiro, cuando recordó que hacía años que ya no andaba armado.
_No lo intente, comisario-dijo Muñoz, señalándole con la cabeza hacia adelante-.
Iturralde advirtió (pensó, como pensaba cuando era policía) la presencia de dos “Natalia Nuñez” –NN- masculinos, aparentemente mayores de edad, en actitud sospechosa.
_Que va a hacer, comisario?, le va a avisar al comando?-decía riendo irónicamente Muñoz-.
_Pero dígame de una vez por todas qué carajo quiere, hombre-articulaba entrecortado, Iturralde, sollozando-.
_Ya le dije, jefe, ya le dije. Tiene 24 horas a partir de ahora.
_Pero…, bueno!, está bien, que hay que…, a quien tengo que liquidar?-decía entre impaciente y confundido, el comisario-. Sonriendo, Muñoz, aguantando la risa dijo:_También quiere que le dé de comer en la boca?. Usted sabrá que hacer en su debido momento, y dentro de estas 24 horas que le quedan. Que tenga buenas noches.
Muñoz se bajó del auto, cuando Iturralde quiso irse recordó que no tenía las llaves y miró a su alrededor, a ver si las encontraba. Suspirando, mirándose las cejas e inclinando la cabeza hacia atrás se maldijo, pues tenía la llave en la mano. Cuando miró hacia fuera, ni los Natalia ni Muñoz estaban. Habían desaparecido. Ni un rastro.
Cuando llegó a la casa, se sirvió un wisky añejo y se fue a acostar.
Una sensación abrupta lo alertó, en los instantes que preceden al sueño, y con toda la autodeterminación y coraje que alguien tiene que tener, pero con lágrimas en los ojos, maldiciéndose una vez más, sacó la “Astra 100” calibre 9 milímetros que guardaba en el placard y fue introduciendo lentamente el cañón en la boca semi abierta, hasta que una mezcla de muerte y sobresalto, propia de instantes que se confunden en el tiempo minucioso y mínimo, lo asaltó, mientras los sesos se esparcían por toda la habitación.
Como quien vuelve de algún lugar, Iturralde, volvía al mundo, tras una eternidad o unos instantes en otro lugar, vivo, vital y sano; cuando unas voces lo despertaban de a poco:
_Le dije que había buena paga, agente, le dije…-se oía entre risas-.
_Lo que pasa es que el pibe no sabía lo bueno que es hacer adicionales -más risas-.
_Y…, si, así que ya se, el fin de semana que viene me voy de vuelta a la Bailanta a patear negros…
_Comisario, ehh…!, comisario…
_Ehh? Dijo Iturralde incorporándose y arreglándose la camisa, y secándose la baba que le corría por el mentón.
_Se quedó dormido, comisario, cuánto durmió anoche?-le decía un oficial principal, en su despacho-.
_No, no se qué pasó, déjelo ahí, Cabañas, déjelo ahí-dijo Iturralde, riendo, sin sorprenderse de que se encontraba como siempre, en su despacho de Comisario Inspector, como Jefe de la Unidad Regional.
_Avisale a Rañiguez que voy al Banco. Ya vengo.
Cuando estaba al frente del cajero automático, divisó en la pantalla del mismo algo que lo sorprendió por primera vez en el día:
_Cien lucas?, de donde mierda salieron estas cien lucas?.
Todo era más real que nunca, afuera hacían 30 grados, era el mes de diciembre, las 12 del mediodía, e Iturralde seguía siendo Jefe de Policía, alegremente, y ahora, con cien lucas.
Un hombre,¿era Muñoz?, se le acercó al lado, y le dijo con la misma voz:
_Día de pago, comisario?
_Así es-entre risas-, hora de cobrar.
_Ando con el móvil, jefe, si quiere lo llevo de vuelta hasta la unidad._Dale, tirame hasta allá, dijo Iturralde, mientras se guardaba algo de plata en el bolsillo, salía afuera y se subía al móvil, como si no odiara al Sargento Muñoz, como si muchas cosas, nunca hubiesen ocurrido, o al despertar en su despacho, las hubiese olvidado, o sencillamente el mecanismo de esos hechos inverosímiles no le importara: su mujer, francamente, seguía viviendo, él también, y le quedaban varios años de vida aún y de servicio activo y de retiro en situación efectiva, nunca había estudiado abogacía, le gustaba la caña quemada y ahora tenía una pequeña fortuna.

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